Navidad es la ocasión de revisar el sendero andado, para nutrirnos de esperanza y retomar la marcha. Que la fe sea nuestra brújula, el honor nuestro ropaje, la alegría nuestra herramienta, la fraternidad nuestra profesión y el divino amor nuestro destino.
“¿Qué es la Patria?”… comenzó a indagar mi infantil conciencia recién despertada en los días escolares. “Lugar de nacimiento al que se pertenece por diferentes vínculos”… decían el mamotetro del léxico y el pedagogo, pero el abstracto concepto permanecía inasequible a mi entendimiento.
Sólo cuando el cúmulo de experiencias, obsequio sublime del tiempo, disipó la confusión que nublaba mi mente, pude comprender que la Patria no es un concepto etéreo, sino al contrario; es todo cuanto los sentidos pueden imprimir en el pensamiento y en el alma: cada ser, cada lugar y cada creación, conjuntos todos de un mismo universo, la nación.
Más aún, he aprendido que la Patria no es un concepto inalterable, ya que con cada pensamiento, con cada palabra, con cada decisión, con cada acción, con cada paso a lo largo de mi efímera existencia terrenal, estoy constantemente definiendo a la Patria.
No es sólo la tierra que me vio nacer, es mi origen, mi motivo y mi destino final; no es sólo la historia de los próceres y la cultura de mis progenitores, es mi esencia, mi orgullo y mi identidad; no es sólo un bien material recibido en herencia, es la posesión más sublime que yo pueda legar.
Ahora, cuando miro mis huellas, vestigio imborrable de mi trayectoria, no puedo menos que asombrarme y agradecer al Creador el privilegio de trascender lo finito y aspirar a la eternidad a través del legado intemporal depositado en mi prole.
Ahora, cuando mi hijo pregunta: “¿Qué es la Patria?”… puedo abiertamente responder: “¡Hijo mío!, la Patria eres tú y todo lo que logres en tu vida para orgullo de los que te amamos”. “¡Hijo mío!, ahora tú estas definiendo a la Patria!”…
La primera vez que tuve contacto con el Pentathlón, fue a los 10 años de edad, como espectadora en el desfile conmemorativo de nuestra Independencia, por el corazón de Zapopan. Desde aquel encuentro nació en mí una creciente inquietud que, lamentablemente y por desconocimiento, mis padres no me permitieron concretar, argumentando que se trataba de una actividad exclusivamente varonil.
La adolescencia y la juventud pasaron, dejándome sus frutos a medida que continuaba trazando mi vida; las amistades, la universidad, el matrimonio y la maternidad me brindaron experiencia y alegría. Pero todo ese tiempo, aquella inquietud por ingresar al Pentathlón, permaneció latente bajo la resignación y la creencia de que mi momento había pasado ya.
Un día, buscando en Internet un curso de verano para mis tres hijos, aquella semillita me llevó a buscar la página del PDMU (Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario) y al encontrarla me llené de un renovado entusiasmo al descubrir en ella el rango de 6 a 60 años. ¡Este fue el inicio de la realización de un sueño que creí irremediablemente fuera de mi alcance!
Antes del Pentathlón, yo tenía una vida agradable, tranquila y relativamente predecible; ahora como miembros activos de Infantería y del escuadrón de Caballería, la vida se ha tornado para mis hijos y para mí, toda una aventura, un reto constante, un mundo de cosas por aprender y por hacer, pero es eso precisamente lo que nos entusiasma y nos motiva a seguir adelante.
El tiempo no vuelve jamás, pero Dios me ha devuelto la oportunidad única de retomar mi inquietud y mi vida con una perspectiva mucho mas madura, realista y trascendente, pues ahora como esposa y madre, no creo que exista mejor lugar para enseñarles a mis hijos con el ejemplo, que mientras estemos vivos debemos seguir aprendiendo y creciendo, seguir planeando y actuando, seguir soñando y realizando. ¡Esto es vivir!
Gracias eternamente a Dios, al Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario y a todos los compañeros y amigos que en sus filas hemos encontrado.
Bondad o maldad, fe o temor, riqueza o pobreza; cada polo implica la existencia de su opuesto y ambos se complementan, es decir, cada defecto, vicio o carencia es la prueba innegable de la cualidad, virtud o satisfactor que se contrapone. Los polos opuestos son en realidad caras de una misma moneda que libremente elegimos, no el azar ni las circunstancias, sino cada uno de nosotros. Más bien, lo que ocurre en nuestro entorno y en nuestra vida es el resultado de las decisiones que hemos tomado; las circunstancias no crean al hombre, sino que el hombre crea sus circunstancias.
Obviamente, la vida no es simplemente blanca o negra, ya que vivimos oscilando constantemente entre la extensa gama de matices que hay entre los opuestos, tratando de mantenernos el mayor tiempo posible en el extremo que más nos atrae.
Ciertamente, siempre habrá quién sea más bueno ó más malo, más afortunado ó más desgraciado, según nuestra perspectiva y de la imagen que tengamos de nosotros mismos. A fin de cuentas, lo importante no es compararnos con los demás, sino medir nuestros propios logros y avances en relación a los errores y defectos que hemos superado, en busca de nuestro propio concepto de crecimiento y bienestar.
Cada uno tenemos lo que merecemos, lo que hemos decidido, ni más ni menos. Si tenemos problemas, la causa no es Dios, ni el destino o la suerte, ni mucho menos el prójimo, sino nuestras decisiones. En la medida en que dejemos de esperar recibir de los demás y comencemos a exigirnos a nosotros mismos, comprenderemos que las repuestas que buscamos, las soluciones que necesitamos, siempre han estado en nuestro interior, guardadas bajo la llave del libre albedrío.
La vida es un péndulo que no podemos detener, pero sí podemos aprovechar el impulso de sus oscilaciones para obtener el máximo beneficio de cada extremo: la experiencia de los logros y el aprendizaje de los errores.
Cuántas veces nos hemos preguntado cuál será nuestra misión en la vida, cuando ya desde la infancia hemos descubierto que tenemos determinada vocación y poseemos además, todas las aptitudes que esta requiere. Lamentablemente, suele ocurrir que las exigencias de la vida y las expectativas de los demás sobre nosotros, ejercen tal presión que nos obliga a renunciar a nuestra vocación y resignarnos a vivir anhelando un sueño frustrado.
Pareciera que aquello que más nos apasiona, está por alguna razón o circunstancia, siempre fuera de nuestro alcance, y aunque suspiramos y nos soñamos inmersos en el motivo de nuestra pasión, no vemos la forma de concretar tales sueños. Esto se debe a que tenemos esperanza de lograr aquello que anhelamos, es decir, esperamos tener la suerte de que llegue el afortunado y milagroso día, pero resignados de antemano a que es sólo un sueño y nada más. La fe en cambio, es la certeza de que vamos a obtener aquello que tanto añoramos sin lugar a dudas, como quien espera recibir en cualquier momento la mercancía que ya pagó y se regocija mientras hace los preparativos necesarios para la entrega.
Quien vive con esperanza, vive pidiendo y soñando, pero quien vive con fe, vive agradeciendo y planeando. La esperanza es pasiva y la fe es activa. La diferencia es sutil, pero trascendente.
Lo que más disfrutamos haciendo es aquello para lo que nacimos, nuestro propósito en la vida, por eso, en vez de seguir preguntándonos cuál será nuestra misión, preguntémonos qué estamos haciendo cada día por seguir nuestra vocación y obtener de ella el sustento, pues lo que hagamos con alegría y fervor, siempre estará bien hecho.
Quien más sabe, tiene más obligación hacia los demás. El conocimiento y los valores espirituales son el mayor tesoro que podemos acumular en nuestra vida, siempre y cuando los apliquemos en beneficio de los demás, pues al contrario de los bienes materiales, pierden su valor si se les deja almacenados. Aunque los bienes materiales son necesarios, carecen de la trascendencia que caracteriza a los bienes espirituales. Si sólo nos afanamos en amasar riquezas en este mundo material, es porque estamos tan huecos de valores, que no encontramos la manera de llenar nuestro vacío. Es bueno y útil cubrir las necesidades materiales, porque después de todo, una parte de nosotros es innegablemente material, y este cuerpo tiene como el de todos los seres vivos, requerimientos específicos para garantizar su existencia terrena. Pero hay otra parte de nosotros que es intangible y se manifiesta como una existencia trascendental, sublime y eterna, llámese alma o llámese energía; es una esencia especial dentro de cada uno de nosotros que nos hace completamente diferentes al resto de los seres vivos sobre el planeta. Y seamos creyentes o no, quién puede atreverse a asegurar que las experiencias que este limitado cuerpo nos brinda son lo único a lo que podemos aspirar, ó quién puede afirmar sin temor a equivocarse que esta forma y este tiempo representan lo único que somos y tenemos. Si nuestra mente es capaz de concebir, crear y manifestar la perfección que este cuerpo apenas puede imitar, como negar que el origen de tan maravillosa creación, llámese Dios, evolución, o lo que sea en lo que se desee creer, es superior en todo sentido a lo que mundanamente conocemos y que obedece a un fin mucho más elevado que nacer, crecer, reproducirse y morir.
Los vínculos que formamos a lo largo de nuestra vida nos brindan la oportunidad de experimentar un sentimiento de orgullo por pertenecer a determinados grupos. La aceptación y la seguridad son algunos de los privilegios que nos brinda tal pertenencia como pago a nuestra lealtad y obediencia. Son derechos adquiridos a consecuencia de acatar determinadas obligaciones. Se trata de una fórmula que como seres sociales, hemos aplicado exitosamente desde que habitamos el planeta: "sólo podemos exigir en la medida en que somos capaces de dar". Entre más aportamos, más útiles y valiosos somos en nuestro grupo, y por tanto, nos sentimos más orgullosos de pertenecer a él. A mayores retos y adversidades, mayor capacidad de respuesta y mayor esfuerzo. El placer radica en la satisfacción de haber cumplido cabalmente con los deberes.
Lamentablemente, existe una creciente tendencia por buscar sólo el bienestar personal, por empeñar la vida en una búsqueda constante del placer y evitar a toda costa cualquier sacrificio o esfuerzo. El hedonismo, la búsqueda del placer por el placer, es un cáncer que se propaga con letal rapidez, contaminando las mentes de niños y jóvenes ávidos por exigir sus derechos sin acatar obligaciones. La razón ha sido sometida a los caprichos de la pasión. La fórmula se ha desvirtuado...
El hombre no es el único que vive en sociedad, también lo hacen muchos animales; pero a diferencia de las sociedades animales, en la nuestra los individuos tenemos la libertad de elegir entre ser un elemento útil o un parásito, dejar huella de nuestro paso por la vida o malgastar el valioso tiempo de nuestra vida. La decisión es individual, pero sus consecuencias atañen a todos.
En la vida lo importante no es iniciar algo nuevo, sino continuarlo hasta convertirlo en un hábito y alcanzar un objetivo diario, como quien agrega cada día un nuevo ladrillo a lo que, sin lugar a dudas, llegará a ser una gran construcción. Por eso la constancia es el camino más directo hacia el éxito, y en este nuevo inicio no es la excepción.
He estado curioseando en el mundo de los blogs y me he percatado que es precisamente la constancia lo que garantiza el éxito y la permanencia; pero no se trata de la constancia como sinónimo de estancamiento y monotonía, sino como el hábito diario de evolucionar. En este sentido, las palabras expresadas en un blog difícilmente podrán plasmar todos los ciclos de cambio que he atravesado, los que aún estoy sufriendo y los que aún estoy por enfrentar. Pero más difícil aún será expresar cuánto y de cuántas maneras me han afectado tales cambios, bastará con citar las palabras de alguien muy especial en mi vida: “no importa que caminos recorra mientras no deje de caminar. Y si muero antes de alcanzar mi objetivo, me iré con la satisfacción de saber que viví siempre avanzando”...
Esta es la primera vez que creo un blog y publico algo en él, ya que siempre me había mantenido escéptica respecto a la finalidad y la confidencialidad de estas innovadoras herramientas. Pero como bien dice el dicho, "si no puedes contra el enemigo, únete". Y es que la verdad, sólo las personas mayores que conozco prefieren seguir comunicándose por la tradicional vía telefónica, mientras la muchachada no para de hablar de las redes sociales; así que aquí estoy en mi primer intento y no parece tan difícil, considerando que no pertenezco a la “muchachada” pero tampoco soy una persona mayor. Simplemente me he convencido de que todos tenemos algo que comunicar y que todos necesitamos saber que alguien nos escucha.