Quien más sabe, tiene más obligación hacia los demás. El conocimiento y los valores espirituales son el mayor tesoro que podemos acumular en nuestra vida, siempre y cuando los apliquemos en beneficio de los demás, pues al contrario de los bienes materiales, pierden su valor si se les deja almacenados.
Aunque los bienes materiales son necesarios, carecen de la trascendencia que caracteriza a los bienes espirituales. Si sólo nos afanamos en amasar riquezas en este mundo material, es porque estamos tan huecos de valores, que no encontramos la manera de llenar nuestro vacío.
Es bueno y útil cubrir las necesidades materiales, porque después de todo, una parte de nosotros es innegablemente material, y este cuerpo tiene como el de todos los seres vivos, requerimientos específicos para garantizar su existencia terrena. Pero hay otra parte de nosotros que es intangible y se manifiesta como una existencia trascendental, sublime y eterna, llámese alma o llámese energía; es una esencia especial dentro de cada uno de nosotros que nos hace completamente diferentes al resto de los seres vivos sobre el planeta. Y seamos creyentes o no, quién puede atreverse a asegurar que las experiencias que este limitado cuerpo nos brinda son lo único a lo que podemos aspirar, ó quién puede afirmar sin temor a equivocarse que esta forma y este tiempo representan lo único que somos y tenemos.
Si nuestra mente es capaz de concebir, crear y manifestar la perfección que este cuerpo apenas puede imitar, como negar que el origen de tan maravillosa creación, llámese Dios, evolución, o lo que sea en lo que se desee creer, es superior en todo sentido a lo que mundanamente conocemos y que obedece a un fin mucho más elevado que nacer, crecer, reproducirse y morir.
Aunque los bienes materiales son necesarios, carecen de la trascendencia que caracteriza a los bienes espirituales. Si sólo nos afanamos en amasar riquezas en este mundo material, es porque estamos tan huecos de valores, que no encontramos la manera de llenar nuestro vacío.
Es bueno y útil cubrir las necesidades materiales, porque después de todo, una parte de nosotros es innegablemente material, y este cuerpo tiene como el de todos los seres vivos, requerimientos específicos para garantizar su existencia terrena. Pero hay otra parte de nosotros que es intangible y se manifiesta como una existencia trascendental, sublime y eterna, llámese alma o llámese energía; es una esencia especial dentro de cada uno de nosotros que nos hace completamente diferentes al resto de los seres vivos sobre el planeta. Y seamos creyentes o no, quién puede atreverse a asegurar que las experiencias que este limitado cuerpo nos brinda son lo único a lo que podemos aspirar, ó quién puede afirmar sin temor a equivocarse que esta forma y este tiempo representan lo único que somos y tenemos.
Si nuestra mente es capaz de concebir, crear y manifestar la perfección que este cuerpo apenas puede imitar, como negar que el origen de tan maravillosa creación, llámese Dios, evolución, o lo que sea en lo que se desee creer, es superior en todo sentido a lo que mundanamente conocemos y que obedece a un fin mucho más elevado que nacer, crecer, reproducirse y morir.
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