“¿Qué es la Patria?”… comenzó a indagar mi infantil conciencia recién despertada en los días escolares. “Lugar de nacimiento al que se pertenece por diferentes vínculos”… decían el mamotetro del léxico y el pedagogo, pero el abstracto concepto permanecía inasequible a mi entendimiento.
Sólo cuando el cúmulo de experiencias, obsequio sublime del tiempo, disipó la confusión que nublaba mi mente, pude comprender que la Patria no es un concepto etéreo, sino al contrario; es todo cuanto los sentidos pueden imprimir en el pensamiento y en el alma: cada ser, cada lugar y cada creación, conjuntos todos de un mismo universo, la nación.
Más aún, he aprendido que la Patria no es un concepto inalterable, ya que con cada pensamiento, con cada palabra, con cada decisión, con cada acción, con cada paso a lo largo de mi efímera existencia terrenal, estoy constantemente definiendo a la Patria.
No es sólo la tierra que me vio nacer, es mi origen, mi motivo y mi destino final; no es sólo la historia de los próceres y la cultura de mis progenitores, es mi esencia, mi orgullo y mi identidad; no es sólo un bien material recibido en herencia, es la posesión más sublime que yo pueda legar.
Ahora, cuando miro mis huellas, vestigio imborrable de mi trayectoria, no puedo menos que asombrarme y agradecer al Creador el privilegio de trascender lo finito y aspirar a la eternidad a través del legado intemporal depositado en mi prole.
Ahora, cuando mi hijo pregunta: “¿Qué es la Patria?”… puedo abiertamente responder: “¡Hijo mío!, la Patria eres tú y todo lo que logres en tu vida para orgullo de los que te amamos”. “¡Hijo mío!, ahora tú estas definiendo a la Patria!”…
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