Bondad o maldad, fe o temor, riqueza o pobreza; cada polo implica la existencia de su opuesto y ambos se complementan, es decir, cada defecto, vicio o carencia es la prueba innegable de la cualidad, virtud o satisfactor que se contrapone. Los polos opuestos son en realidad caras de una misma moneda que libremente elegimos, no el azar ni las circunstancias, sino cada uno de nosotros. Más bien, lo que ocurre en nuestro entorno y en nuestra vida es el resultado de las decisiones que hemos tomado; las circunstancias no crean al hombre, sino que el hombre crea sus circunstancias.
Obviamente, la vida no es simplemente blanca o negra, ya que vivimos oscilando constantemente entre la extensa gama de matices que hay entre los opuestos, tratando de mantenernos el mayor tiempo posible en el extremo que más nos atrae.
Ciertamente, siempre habrá quién sea más bueno ó más malo, más afortunado ó más desgraciado, según nuestra perspectiva y de la imagen que tengamos de nosotros mismos. A fin de cuentas, lo importante no es compararnos con los demás, sino medir nuestros propios logros y avances en relación a los errores y defectos que hemos superado, en busca de nuestro propio concepto de crecimiento y bienestar.
Cada uno tenemos lo que merecemos, lo que hemos decidido, ni más ni menos. Si tenemos problemas, la causa no es Dios, ni el destino o la suerte, ni mucho menos el prójimo, sino nuestras decisiones. En la medida en que dejemos de esperar recibir de los demás y comencemos a exigirnos a nosotros mismos, comprenderemos que las repuestas que buscamos, las soluciones que necesitamos, siempre han estado en nuestro interior, guardadas bajo la llave del libre albedrío.
La vida es un péndulo que no podemos detener, pero sí podemos aprovechar el impulso de sus oscilaciones para obtener el máximo beneficio de cada extremo: la experiencia de los logros y el aprendizaje de los errores.
Obviamente, la vida no es simplemente blanca o negra, ya que vivimos oscilando constantemente entre la extensa gama de matices que hay entre los opuestos, tratando de mantenernos el mayor tiempo posible en el extremo que más nos atrae.
Ciertamente, siempre habrá quién sea más bueno ó más malo, más afortunado ó más desgraciado, según nuestra perspectiva y de la imagen que tengamos de nosotros mismos. A fin de cuentas, lo importante no es compararnos con los demás, sino medir nuestros propios logros y avances en relación a los errores y defectos que hemos superado, en busca de nuestro propio concepto de crecimiento y bienestar.
Cada uno tenemos lo que merecemos, lo que hemos decidido, ni más ni menos. Si tenemos problemas, la causa no es Dios, ni el destino o la suerte, ni mucho menos el prójimo, sino nuestras decisiones. En la medida en que dejemos de esperar recibir de los demás y comencemos a exigirnos a nosotros mismos, comprenderemos que las repuestas que buscamos, las soluciones que necesitamos, siempre han estado en nuestro interior, guardadas bajo la llave del libre albedrío.
La vida es un péndulo que no podemos detener, pero sí podemos aprovechar el impulso de sus oscilaciones para obtener el máximo beneficio de cada extremo: la experiencia de los logros y el aprendizaje de los errores.
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